domingo, 27 de diciembre de 2020

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Presupongo que yo bajaré al “Hades” antes que tú, te ruego esperes mis noticias, ya que lo haré de inmediato, si ves que pasa el tiempo y no te llegan mis nuevas, no pienses que he olvidado mi compromiso, simplemente que no hay Hades ni Hadas, y mi yo ha perdido su corporeidad, por tal ha dejado de actuar.

Lo cierto es que tras la muerte, sólo existe el vacío, la nada, nuestra total desaparición, nuestro cuerpo pasa al pudridero, en tanto que nuestro yo queda eternamente congelado en el tiempo.

Tras la muerte, sólo quedan los recuerdos, aquello que hayamos podido dejar de palabra u obra, ello mientras que vivan quienes nos sucedan y nos hayan conocido, una vez que ellos mueran, el recuerdo de lo que fuimos, también desaparecerá con ellos.

Con el paso del tiempo el olvido gana la partida. Tras nuestra muerte y la de quienes nos sucedieron, sólo seguirá existiendo aquello que hayamos dejado de forma menos perecedera: obras, escritos o palabras, cosechas que, la mayoría de ellas, también morirán, todo es cuestión de tiempo. Así pues, no olvidemos que el Hades, como el Cielo o el Infierno, son absoluta creación humana, pura ficción, una radiografía de lo inexistente, la nada, el vacío, una falacia permanente.

A lo largo de la historia de la humanidad, siempre han existido los dioses, lo que no son otra cosa que creaciones humanas, como asideros de la nada, de la vacuidad total.

Por tal, quienes se dedican a vender la idea de Dios, cualquiera que sea su advocación, no es otra cosa que una absoluta falacia, venta de humo sin aparejo alguno.

Nadie puede impedir ni obligar a creer en los dioses, pero el creyente debe ser consecuente, lo primero que debe saber es que sus creencias son pura ficción, una vez aceptada tal premisa, atender con absoluto compromiso, las obligaciones que le impone su credo, por ello, en todo momento debe ser perseverante con sus creencias. Ahora bien, el proselitismo debe estar prohibido, ya que ante todo debe primar la libertad de pensamiento, se vive en una comunidad plural y, con civismo, la libertad de pensamiento, es una tarea que se debe aceptar por y para todos los convecinos, con o sin creencias.

© Jcb