A
Agustín Ortíz Herreros
Si
acudo a mi memoria, me encuentro
con
la rudeza del tiempo y el lugar,
todo
era, como cualquier otro espacio, carente,
las
más de las veces, hasta de lo más básico.
Todo
era, como hoy, hijo de su tiempo y sus circunstancias.
Las
limitaciones eran palpables,
con
consciencia y sin ella, como hoy,
todo
era hijo de su tiempo, lugar y el manto negro,
que
la noche de los tiempos extendió sobre los más.
Aún
así la negra boina que todo lo cubría,
era
y sigue siendo, un sobretodo pesado y gris,
que,
de ninguna forma permitía entrada de luz alguna.
Para
correr las cortinas, se precisaba, como hoy,
tiempo,
voluntad e intelecto.
La
remoción era necesaria, el deseo de bien y mejora,
era
presente en todos los actos y razonamientos.
Como
siempre ha ocurrido, sólo una minoría era
la
que estaba al frente de las cosas,
la
que “tiraba del carro” de esa mejora y crecimiento social,
ello
aún, las más de las veces,
en
contra de quienes tenían la “batuta”.
Hoy,
cuando echamos mano a la memoria
y
miramos por el “espejo retrovisor”, vemos que así era y,
que
por desgracia sigue siendo,
inclusive
en la nuevas generaciones.
Todo
ello sigue siendo “hijo de su tiempo”,
del
“manto negro” de la “noche de los tiempos”,
que
todo cubre y justifica.
Es
la carencia de evolución mental y,
por
ende revolución social,
lo
que no significa sangre y dolor.
©
Jcb