Aún
sin despertar de una y otra traición,
llegó
1936, donde el pueblo no había
abandonado
la alpargata, blusa,
boina
y el pañuelo anudado al cuello.
Los
traidores alzaron el armamento
que
la nación había dado para custodiar
y
la patria defender, con ello atacaron,
a
los que debían protección y honor.
Y
con ello la farsante organización,
la
que con cantos e imploración, vive
de
robos y otros, de los menos y los más.
Tal
fue el manto ciego, que la oscuridad
a
todos cegó, se impuso el siniestro
silencio,
la boina, la nocividad e incivilidad.
©
Jcb