Las
religiones, como doctrinas creadas por las gentes,
no
generan vida, fagotizan a las personas,
al
congregarse en organizaciones,
pasan
a ser entes absorbentes
del
ser y estar de los individuos de razón.
Así,
las organizaciones religiosas,
se
transforman en sanguijuelas de sus adeptos.
La
vida de los creyentes,
igual
que la de la organización,
está
sujeta a rituales,
gestados
y adoptados a lo largo de los tiempos;
los
que no son otra cosa que una forma de expresión,
de
vivenciar aquellas creencias.
Sus
textos, no dejan de ser expresiones
de
voluntad y deseos de las gentes,
quienes
con mayor o menor capacidad y acierto,
expresaron
una forma de ver y sentir
el
hecho religioso, nada dicen, nada crean,
sólo
sirven al individuo que aquello vive.
Observa
la historia, verás que ninguna religión ha servido
para unir y
relacionar a las gentes,
todo
lo contrario,
ha
creado dispersiones, enemistades,
ha
enfrentado a gentes y pueblos,
incluso
a padres e hijos y hermanos de sangre.
Por
la religión se han producido guerras y los mayores
atropellos humanos, de unos contra otros,
atropellos humanos, de unos contra otros,
sin
sentido ni valor social o individual alguno.
Observa
los muertos de uno y otro bando,
veras
que ambos son la misma cosa.
La
religión, cualquiera que ella sea, no es,
no
puede ser otra cosa,
que
la búsqueda de la paz, la razón,
el
entendimientos de los iguales,
en
suma, la felicidad humana.
¿Cómo
y por qué nace el concepto de la transcendencia?,
¿no
es acaso como una prueba de la limitación humana
ante la naturaleza
que le rodea?.
De
aquello al hecho religioso actual,
dicta
gran trecho, entre otras cosas,
la
gran comercialización en que las organizaciones
religiosas han
transformado aquel fenómeno.
¿Qué
es Dios/Yahvé/Jehová/Alá?.
No
son otra cosa distintas expresiones
de
un mismo concepto.
¿Qué
es el pecado?, ¿Qué es el cielo?,
¿Qué
es el infierno?. Absolutamente nada,
un invento de unas gentes,
para
domeñar a otras gentes.
©
Jcb