El
espacio era amplio, con aforo
delimitado,
todo el era puro,
milimetrado,
de vivo color negro,
con
rectos ángulos como el acero.
Pese
a la oscuridad su luz oro
era
densa y brillante, se encumbró
la
placidez de la negritud que paró
en
la belleza sostenida del artero.
Su
belleza y armonía, eran rayos
densos
con destellos de luz propia,
creación
de pura luminosidad.
Un
espacio vacío, donde nada es
ajeno,
todo forma una unidad de
fulgor
con su propia regeneración.
©
Jcb