Nunca
pienses, cualquiera que sea el lugar que ocupes
que eres más que
quien te ayudó a llegar.
Si ocupas un
lugar, el que sea, se digno de él.
Tu nombre será
reconocido por el Sillón que ocupes.
Honra el puesto
que te dieron a ocupar.
No te sobres
valores, tampoco infravalores a los
que están un
peldaño inferior al tuyo (como si fueren cien),
pues tu altura la
debes a ellos.
Tu dignidad no es
por ti mismo,
cuanto sí por el
Sillón que ocupas,
Te debes a él y
a su dignidad.
Eres digno tanto
en cuanto lo es
el Sillón que te
han dado a ocupar.
A él te debes.
Se libre y fraternalmente justo.
Antes de escuchar
a los que te alaban,
presta oído a
tus oponentes,
inclusive a los
que jamás compartirán contigo,
sus tristezas y
tus glorias.
Se fiel al Sillón
que temporalmente te han prestado
y a aquellos que
hicieron posible que llegases al mismo,
incluso a
aquellos que fueron,
en un momento
dado, tus oponentes o contrarios.
Nada te puede ser
ajeno, ni nada te puede ser indiferente,
incluso la causa
de aquellos que nunca confiaron en ti.
Procura
que tanto tú como los que te rodean,
seáis
personas satisfechas, con el deber cumplido.
Que
tu trabajo y el de los que te acompañan sea perfecto.
Y,
si en esa perfección alcanzas la excelencia,
habréis
alcanzado la brillantez.
Tus
metas deben tener un tiempo limitado,
aquel
Sillón tiene una temporalidad máxima cierta (no más de DOS
legislaturas).
No
te desocupes nunca de tu quehacer ordinario, menos aún del
extraordinario.
Procura
que jamás te ciegue el “brillo” de la superficialidad.
Jamás
olvides que eres un empleado por cuenta ajena, por ende eres delegado
de
quienes te designaron, a los que te debes en todo tiempo y lugar.
Y tal delegación, en modo alguno te autoriza a que, a tu antojo,
puedas crear empleo, con cargo a saldos ajenos.
©
Jcb