Tal
es mi trama y su urdimbre
de
los hechos y dichos,
que
mi tembloroso brazo,
aunque
aferrado a su cuerpo,
del que mi alma es sempiterno
adobo del mismo, sin remedio,
adobo del mismo, sin remedio,
queda herida herida por la acción de aquel.
¿Qué
sería de mi cuerpo sin su alma?.
Nada
es ajeno a mi cuerpo,
si
es propio a mi alma.
Mi
alma construye mi yo,
quien
alojada en mi cuerpo,
conforman
una disociada unidad.
Con
tristeza he de reconocer que mi cuerpo
se
ha hecho más anciano que mi yo.
Mi
alma demanda acción y construcción,
cosa
que mi cuerpo, a veces, dice que no,
no
aguanta el peso, le es excesivo,
más
aún a la bisagras del mismo.
Así, tengo que admitir que cuando mi cuerpo muera,
mi
yo, mi alma, habrá dejado de producir;
mi
yo está sujeto a la existencia
del
cuerpo que le aloja.
Mi
cuerpo se convertirá en estiércol,
lo
que es mucho decir, y mi vida habrá cesado.
Mi
vida pasará a formar parte de la historia,
dejará
de ser, para ocupar un pequeño espacio
en
los anaqueles de lo que fue.
Mi
yo quedará detenido
en
la inmensidad del tiempo y el espacio;
seguiré
teniendo presencia tanto en cuanto
alguien
sea capaz de recordar
mis
hechos y dichos;
la
silueta de mi cuerpo,
al
final, también será olvidada.
Sólo
las construcciones de mi yo,
serán
consideradas cuando los aromas de mi alma
sean
valorados por otra razón, otro yo,
otra
alma que con generosidad,
ponga
sobre el tablero de la discusión,
los
perfumes de mi aportación,
las
razones de mi razón,
las
daciones de mi yo.
Mi
alma y sus producciones,
quedarán
disociados de su armario alojador.
A
partir de aquel momento, nada será igual,
todo
será ajeno a mi cuerpo,
pasará
a ser historia,
todo
quedará separado y será distinto.
©
Jcb