A
Nerea
Ciertamente
gusto de la belleza temporal,
pero
ella no es otra cosa que eso mismo:
belleza
en el tiempo y en el espacio.
Sí,
es cierto que la belleza pasajera,
produce
alegrías y satisfacciones,
alguna
sonrisa y ciertas bienaventuras,
pero
todo ello, queda sujeto a los tiempos
y
los espacios en los que la misma se produce,
lo
que no son otra cosa, que
estadios
ciertos y limitados.
Así,
la belleza perecedera, es aquella
que
nos proporciona toda criatura,
inclusive
antes de nacer.
Ésta,
en más o en menos,
tiene
fecha de caducidad,
cierto
que siempre desconocemos su fecha final.
Ella
crece y se desarrolla hasta llegar
a
la cima de su estado natural.
Una
vez allá, empieza a descender,
hasta
el momento del finiquitar.
Dicho
final, es la muerte, no más.
Tras
ésta quedará el recuerdo
como
expresión natural.
Con
la belleza temporal,
las
gentes viven, gozan y se recrean
en
un espacio y tiempo fugaz,
que
no se extiende más allá,
en
todo caso, del recuerdo de lo que fue.
Crea
alegrías y felicidades temporales,
ello
es hermoso, genera satisfacciones,
pero
en ningún momento supera
el
hecho material de lo transitorio.
Aún
así, es algo por lo que hay que felicitar.
No
es la belleza que se marchita,
la
que me da más afección,
ella
carece de eternidad,
que
es la que más gusto contemplar.
Ciertamente,
lo lacónico, es lo que más gusta al personal,
por
no ser lo más perenne de éste secarral,
ella,
lo limitado, también me gusta, la quiero gozar,
cualquiera
que sea la forma, el tiempo y el lugar,
pero
ella, por ser natural, termina por ser pasajera y,
hasta
crea desafección,
lo
que puede producir un gran tumor
cualquiera
que sea su razón,
siempre
es un maligno dolor.
Lo
transitorio, es importante, si,
pero
sabe que va a fallecer,
pues
carece de eternidad,
que
es la obra que todos queremos buscar.
Belleza
temporal, belleza natural,
belleza
cascabel del juvenil despertar,
por
la que también hay que saber
vivir
y convivir con aquel gozar.
©
Jcb