Dulce
hora aquella que con la lluvia,
encuentras
cobijo, con el frío, el arropo
necesario,
con calor, fresco y resguardo
donde
abrigues la verdad que te atavía.
Dulce
aquella alborada que convivía,
con
fuego amoroso sin horóscopo,
donde
todo era espacio y desarropo,
tiempo
cuya razón del yo era savia.
Suave
día aquel donde su único encargo,
era
el de ser y afirmar el yo; ardorosos
tiempos
de insaciables entregas vivas.
Dulce
hora aquella que solo ella obra
su
exposición, prórroga de afanosos
estados
amables sin evasivas.
©
Jcb