Así, el bosque con su cerrada barba,
trepa a la copa de los pinos, donde
se aloja la oscuridad ya que el conde
oculta el tesoro de su gran garba.
Con tan opíparo caudal desbarba
todo aquello que limita o responde
a su fortuna o acervo del que esconde
los mejores frutos que le desgarba.
Satisfecho y no disgustado, bebe
el licor de su viva y humilde altivez,
donde halla el certero rango de mortal.
El final de todo enojo repruebe
la pobreza o grandeza, donde tal vez
su condición sea el fugaz capital.
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