Me levanté desde la nada,
crecí en el vacío y la negación,
me elevé hasta donde mis fuerzas me concedieron resistencia.
Todo cuanto me acontecía era negro,
la ausencia de luz era un hecho constante.
Negra era la boina, la blusa,
el pantalón de pana, las alpargatas y sus
cintas de filadiz para atar a la garganta del pie.
El silencio era absoluto, superior a la losa sepulcral,
todo el mundo sabía de todo el mundo,
la mudez deliberada era persistente,
cual santo y seña de castas grupales contaminadas.
La capellanía era la oficiante de la negritud:
del silencio y su falacia, de la felonía como oficialía,
así como del coro celestial que a todos vestía y desnudos dejaba.
Sólo los niños no veteados por la ausencia de doctrina,
eran capaces de reunirse en la calle y jugar,
no con otra razón que la de ser y estar.
© Jcb