Todo agricultor sabe que si quiere cosechar
debe cultivar la tierra, además de labrarla,
debe abonarla, regarla, mimarla en definitiva.
Así, toda sociedad que no busque su armonía,
está condenada a la muerte social,
ya que la agrupación se conforma por la suma
de individualidades armoniosas, cívicas en definitiva.
La construcción de una sociedad, exige firmes cimientos,
sólidos pilares y perfectos contrafuertes al tiempo que
grandes ventanales, por donde pase la luz y la vida,
para que el civismo fluya entre todos los individuos.
Por tal no hay edificio cívico si los sujetos,
desde su individualidad no construyen la pluralidad,
cuya responsabilidad cívica es la base de su propia individualidad.
Nada es, ni está aislado, una persona,
pende de otra persona, igual que como un paramento,
forma una simbiosis con otro paramento
para dar cuenta del edificio en su conjunto.
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